Martes, 2 de septiembre de 2025
“Al restaurar la tierra, restauramos la vida, restauramos nuestras economías, nuestras comunidades y mucho más”. Con esta frase, el secretario general adjunto y secretario ejecutivo de la Convención de Lucha contra la Desertificación de las Naciones Unidas (CNULD), Ibrahim Thiaw, resumió el potencial transformador que se esconde detrás de algo tan simple como cuidar el suelo.
Una tierra fértil y saludable es una fuente inagotable de vida. Tal como nos recuerda la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), todas las funciones del suelo son vitales para nuestro bienestar y el del planeta. Es la base sobre la que se producen alimentos, crecen las plantas y se sostiene una enorme diversidad de cultivos y vegetación natural. Es un apoyo esencial de la biodiversidad animal sobre la Tierra. Además, alberga millones de organismos invisibles que regulan procesos vitales como los ciclos del agua, del carbono y de los nutrientes. También contribuye al equilibrio de los ecosistemas, actúa como filtro natural frente a contaminantes, regula la disponibilidad de agua dulce, nos sirve de soporte para infraestructuras y conserva parte de nuestra memoria histórica y cultural. Sumado a todo esto, actúa como almacén y sumidero de carbono.
En un escenario marcado por la pérdida de fertilidad y la disminución de su capacidad para retener agua y albergar vida, la regeneración del suelo utiliza prácticas agrícolas sostenibles que imitan los procesos naturales del ecosistema. Trae consigo múltiples beneficios, entre los que se encuentran, un mejor aprovechamiento de la energía solar, una reducción de la temperatura en las plantas, además de una disminución de los daños causados por el viento y la evaporación del agua, que favorece el almacenamiento hídrico y el crecimiento de árboles asociados al cultivo. Asimismo, mejora la estructura del suelo, su resistencia a la erosión y la circulación de aire y agua.
En este contexto, para mejorar la calidad y la productividad del suelo, es necesario aplicar técnicas específicas adaptadas a cada entorno. Entre ellas están los sistemas agroforestales, que combinan cultivos con árboles maderables seleccionados y bien espaciados que promueven un equilibrio entre producción y conservación. Otra técnica es el uso de especies arbóreas que producen abono natural o la integración de vegetación para fortalecer la ganadería. Asimismo, es clave el manejo de árboles semilleros, que permite repoblar zonas y aumentar la biodiversidad.
En Europa ya existen diferentes iniciativas que trabajan para demostrar y poner en valor el impacto real de la regeneración del suelo. El proyecto GOV4ALL, financiado por la Unión Europea, ha creado cinco laboratorios vivos en zonas rurales del Mediterráneo –dos en España, dos en Grecia y uno en Francia– para diseñar y validar prácticas regenerativas junto a agricultores, científicos, ONG y administraciones locales. El objetivo del proyecto es reunir a las comunidades mediterráneas hacia un enfoque regenerativo de la gestión del suelo y así sentar unas bases para un futuro más sostenible y próspero.
Todo esto demuestra que regenerar no es solo restaurar: se trata de transformar nuestra forma de convivir con la naturaleza. Y, definitivamente, este cambio empieza por mirar con otros ojos y valorar, cada día, la base que nos sostiene.
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