Jueves, 10 de julio de 2025
El planeta que habitamos alberga, en su inmensidad, organismos de todas las formas y tamaños. Cada uno cumple un papel clave en el equilibrio del ecosistema y en la vida tal como la conocemos. Entre todos ellos, y casi invisibles a simple vista, están los microorganismos. Estos minúsculos seres garantizan la circulación de nutrientes, controlan procesos ecológicos y sostienen el funcionamiento de los ecosistemas.
Uno de los espacios donde los microorganismos desarrollan una actividad vital es en el estiércol, una materia prima utilizada desde hace siglos. Con el auge de la agricultura, el ser humano comenzó a aprovechar este recurso no solo como fertilizante, sino también como combustible para encender hogueras. Hoy, parte de la energía que ilumina nuestras ciudades proviene de la transformación de estos residuos en instalaciones llamadas biodigestores.
Estos tanques cerrados herméticamente funcionan cargándose de residuos orgánicos formados por comunidades de bacterias anaerobias, es decir, organismos que no requieren oxígeno (O2) para vivir. Una vez en su interior, las bacterias se alimentan de residuos agrícolas como el estiércol, lodos o posos de café, y los convierten en biometano renovable. Solo en 2023, esta particular fauna microscópica proporcionó 22.000 millones de metros cúbicos de biometano y biogás, el equivalente al 7% del consumo de gas de la UE y un ahorro potencial de 106 millones de toneladas de CO₂ al año.
El biometano producido puede utilizarse como sustituto directo del gas natural en una amplia variedad de aplicaciones. Gracias a su origen renovable, contribuye significativamente a la reducción de emisiones en sectores clave como el transporte, la industria y la generación de energía
Además, hay que tener en cuenta que este proceso es completamente circular: evita la fermentación descontrolada de residuos y genera un combustible compatible con las infraestructuras gasistas existentes, que transportan energía por todo el planeta.
Este mismo principio de aprovechar la acción de los microorganismos se aplica en otro ámbito crucial para impulsar la sostenibilidad: el tratamiento de aguas residuales. Aquí el papel de las bacterias también es esencial para garantizar la salud pública. Existen múltiples métodos para tratarla, sin embargo, uno de los enfoques más sostenibles y eficientes procede del uso de microorganismos. En los sistemas de tratamiento biológico, bacterias y protozoos descomponen materia orgánica y contaminantes como aceites, transformándolos en compuestos menos dañinos. Así se logra una purificación del agua sin necesidad de productos químicos.
Por otra parte, los lodos que se generan durante la transformación de los desechos pueden ser reutilizados como fertilizante o fuente de energía. En este sentido, las depuradoras de agua pasan de ser potenciales consumidoras de energía a microplantas que la producen.
En este intramundo invisible al ojo humano, no hay que olvidar el papel que desempeñan también otros microorganismos que se encuentran en ambientes acuáticos dulces o salados: las microalgas. A través de la fotosíntesis, estos seres acuáticos producen una grasa que se transforma en biomasa y cuyo destino principal suele ser la fabricación de agrocombustible.
Una de las ventajas de estos pequeños organismos es que, con las mismas condiciones de superficie y luz solar que en una planta terrestre, pueden producir hasta 60 veces más combustible. Su impacto ambiental es mínimo si se compara con otros cultivos y, además, se alimentan de CO₂, contribuyendo así a descarbonizar la atmósfera.
Los microorganismos son auténticos obreros invisibles de la transición energética. Transforman desechos en kilovatios, limpian el agua mientras generan electricidad y producen combustibles sin emitir carbono. Con estos pequeños aliados, el gran objetivo de dejar un planeta mejor para las próximas generaciones está un paso más cerca.
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