Jueves, 2 de febrero de 2023
Javier Martín, profesor de Geografía e Historia en secundaria, les pidió a sus alumnos, a final del curso pasado, que le dieran los cuadernos en los que habían anotado sus apuntes a lo largo de las clases. Su idea era evaluar su capacidad de síntesis y de transcribir lo realmente importante. Pero vio algo con lo que no contaba: la mayoría había escrito solo por una cara de cada página.
“Les dije que por qué no habían usado las dos; que lo que estaban haciendo era un derroche económico y medioambiental. Y me respondieron, mirándome con los ojos muy abiertos, como si yo hubiera tenido un ataque de locura repentina: ‘¿Y qué más da? Si se acaba el cuaderno, se compra otro”.
Martín es profesor de un colegio concertado español y pertenece a esa clase de docentes, por suerte cada vez más extendida, que se toma en serio la educación ambiental en las aulas. Esta materia está recogida en la última reforma educativa de 2020, la LOMLOE, si bien no como asignatura, sino como formación transversal al programa lectivo.
Tanto instituciones públicas como privadas están haciendo esfuerzos por insertar la educación ambiental en los centros educativos, como recoge la Red Española para el Desarrollo Sostenible (REDS). Por nombrar algunos: Agenda 21 Escolar (Albacete, Galicia, Madrid, Málaga, País Vasco, Santa Eulalia, San Feliu de Llobregat…); Aldea (Andalucía); Centres ecoambientals (Illes Balears); Escoles Verdes (Catalunya); Centros Educativos hacia la Sostenibilidad (La Rioja); Escuelas Sostenibles (Navarra); Educar hoy por un Madrid más Sostenible (Ayuntamiento de Madrid); Escuelas para la Sostenibilidad (Palencia); Proyecto RedECOS (Canarias); Escoles + Sostenibles (Barcelona); etcétera.
En estos proyectos, “la comunidad educativa trabaja en la puesta en marcha de experiencias que tratan de desarrollar la cultura de la sostenibilidad de modo transversal; donde se generan relaciones dialógicas entre alumnado, docentes, familias e instituciones en la realización de diagnósticos escolares o municipales con el fin de proponer medidas de mejora en clave de sostenibilidad”, explican desde REDS. Desde la gestión de residuos, la biodiversidad del entorno, la movilidad, el agua, la energía, el consumo responsable... Estas prácticas “favorecen la gestión sostenible, la participación democrática y la innovación curricular en los centros educativos y la mejora de la vida municipal”, añaden desde la entidad. Ya son muchos los centros que se han sumado a estas iniciativas, un ejemplo de que este es el camino a seguir para que la educación ambiental permee en las aulas como debiera.
Una asignatura independiente y necesaria
Partiendo de lo establecido en la LOMLOE, que incorpora esta materia como una formación transversal en el currículum educativo, cada Comunidad Autónoma tiene la facultad de diseñar sus propios planes lectivos. No obstante, son los docentes los que se enfrentan al desafío de incorporar un tema tan relevante para la sociedad actual en sus programas: “En ocasiones, la falta de interés por parte de los niños respecto al medioambiente es comprensible; igualmente pasan de la literatura universal, es algo habitual en edades adolescentes. La diferencia es que como profesores debemos inculcarles que el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad sean temas prioritarios”, señala Martín. En este sentido, reconoce que a algunos profesores de su centro les gustaría dedicarle más tiempo a estos temas, pero no siempre pueden abarcar tanto contenido. “El reto es crear una estructura de formación medioambiental dentro de un programa que ya de por sí es muy extenso y apenas cabe en un solo curso”.
Algunas asignaturas son más adecuadas que otras para incluir la sostenibilidad como materia. Ana Laredo, química que imparte las asignaturas del ámbito científico-tecnológico en otro centro, intenta incorporar la conciencia ambiental en todas sus clases: “Doy biología y geología, muy ligadas a la educación ambiental. Pero es necesario un apoyo aún mayor de la Administración en personal cualificado”, opina.
Enseñar al revés: del cambio climático a la química general
Como científica, Laredo apunta que la educación ambiental debería ocupar el espacio de otras materias más superfluas. La experta propone darle la vuelta a la tortilla: “Muchas veces, los temarios de la ciencia se podrían estudiar al revés, precisamente desde los problemas del cambio climático. Por ejemplo, hacer un proyecto educativo en el que empieces hablando de algo tan actual como el calentamiento global y, a partir de ahí, expliques muchas cosas, como conceptos de química general. Y para eso lo adecuado es contar con un laboratorio o un huerto urbano, donde los alumnos puedan ver en directo la problemática ambiental y sus posibles soluciones”. Esta formación “en el terreno” y el contacto directo con los recursos naturales es fundamental para “comprender la importancia de nuestro entorno y la crisis de la biodiversidad que estamos sufriendo”, señala.
¿Qué pasa con la educación universitaria?
Ciencias Ambientales, Ingeniería Forestal y del Medio Natural, Ciencias Ambientales e Historia, Ingeniería en Energías Renovables y Eficiencia Energética… Se definen como grados, no como licenciaturas. Son algunos ejemplos de cómo la importancia de la conciencia ambiental se ha ido incorporando a los planes de estudio de la enseñanza superior. Es un paso, pero todavía queda mucho camino por recorrer.
Un estudio sobre la necesidad de una educación ambiental transversal en la Universidad de Magaly Elizabeth Peñafiel, especialista en Gestión Ambiental y Áreas Verdes de la Universidad de Guayaquil, señala la necesidad de abordar la compleja problemática climática derivada de la interacción humana con una mayor conciencia ambiental comunitaria: “Necesitamos una alfabetización ambiental que requiere la identificación de sus problemas, la comprensión de los procesos sociales, históricos y ecológicos y el desarrollo de una sensibilidad ambiental que lleve a una búsqueda de soluciones”, incide el informe.
Una reflexión necesaria en nuestro sistema educativo: “Hay una necesidad de fomentar conciencia ciudadana mediante el desarrollo de una cultura de valores ambientalistas en que las universidades y docentes estén llamados a lograr cambios de organización y ejecución de la acción docente”, señala Peñafiel. “La clave es fortalecer los valores y actitudes ambientales inmersos en las prácticas académicas”.
Ejemplos en los que mirarnos
En España existen ya los mimbres para una educación ambiental eficaz y definitivamente integrada, pero todavía se requiere más proactividad Un caso de buenas prácticas en la materia es Finlandia, donde apuestan desde hace años por educar sobre el cambio climático.
Como informan desde el Ministerio de Asuntos Exteriores de Finlandia, el cambio climático estará presente en todas las aulas de primaria y secundaria. “La enseñanza sobre esta problemática ya era importante en el sistema educativo finlandés, y el nuevo programa de estudios sobre el clima está siendo desarrollado con la idea de que debe formar parte de cada asignatura”, explican desde el Ministerio. De hecho, “algunas ONG han desarrollado materiales sobre el cambio climático y la economía circular, y los han puesto a disposición de los profesores, para que los usen libremente”.
En España existen también algunos centros que han tomado la iniciativa ambiental. El colegio público de Hurchillo – Orihuela, en Alicante, fue reconocido en 2019 con el Premio Naos a la promoción de una alimentación sostenible y saludable en el ámbito escolar. La fruta y verdura que sirven en el comedor es de temporada y de proximidad, y educan en un modelo de vida circular reduciendo a cero los plásticos y la bollería, además de contar con un huerto escolar donde estudiantes aprenden los ciclos de la agricultura.
Este tipo de proyectos, por lo general, se dan en poblaciones pequeñas: Hurchillo es una pedanía de Orihuela, que apenas pasa de los 2.000 habitantes. “El reto es que surjan también en los colegios grandes en las ciudades, en los que es mucho más complicado porque el número de alumnos y la infraestructura son mucho mayores”, opina Martín, y concluye: “Pero cuando logremos algo así, la educación ambiental será un hecho real en todo el país”.
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