Martes, 23 de septiembre de 2025
La industria global está sometida a revisión y la europea no es una excepción. Es una de las más acuciadas por la incertidumbre económica, el voltaje geopolítico y los impulsos transformadores de las cadenas de valor. El desarrollo y modernización de las infraestructuras de servicios públicos esenciales y los canales de transporte -marítimo, aéreo y rodado- serán determinantes para añadir movilidad a los negocios nacionales y transfronterizos. Igual que la tecnología, la palanca generadora de la prosperidad futura, la IA, su maná innovador, posee la receta de la productividad con la que las empresas y sus economías deben explorar un orden mundial cada vez más competitivo.
En las últimas décadas, y por múltiples factores, Europa ha perdido músculo industrial respecto a EE. UU. y China. Pese a ejercer un liderazgo comercial, carece de la influencia que requiere abordar un reto mayúsculo: adaptarse a una reconversión global en medio de un brusco viraje estratégico comandado por unas nuevas siglas ESG (Energy, Security and Geopolicy). Los clásicos criterios Environmental, Social and Governance no se han esfumado. Solo que ahora conviven con los primeros en una cohabitación pacífica dentro de un renovado e incierto tablero geoestratégico internacional.
Diversos factores geopolíticos y económicos han puesto en revisión la hoja de ruta europea y las tácticas corporativas y productivas del mercado interior. El detonante de este pistoletazo reconversor lo lanzaron hace un año dos exprimeros ministros italianos -Mario Draghi y Enrico Letta- con sus ambiciosos dictámenes para restablecer la competitividad y acelerar la unificación de los mercados de capitales europeos. Y ahora se empiezan a reflejar efectos tangibles. A pesar de la tensión que la seguridad energética y la geopolítica reclaman, son necesarios liderazgos empresariales capaces de añadir resiliencia a las cadenas de valor. Las soluciones pueden encontrarse a través de alianzas comerciales con proveedores amigos (friendshoring), tácticas de distensión de riesgos (de-risking) y la restauración de redes de abastecimiento seguras (self-reliance) para abordar los desafíos industriales en un clima inversor volátil y propenso a las disrupciones.
El ecosistema europeo no está adecuadamente interconectado. Draghi y Letta dejan constancia del déficit competitivo de la UE en sus citados informes. También lo comentan expertos como Martin Wolff, exeditor jefe de Financial Times: “La brecha de productividad transatlántica surgió en los noventa por la incapacidad de Europa para capitalizar la primera revolución tecnológica, liderada por internet, con generación de firmas tecnológicas y la digitalización de su economía. Ahora -explica- la clave reside en limar los excesos regulatorios y poner en liza reglas de juego que equilibren eficiencia y dinamización”.
Draghi tocó otra doble tecla para añadir ritmo al mercado interior: la innovación, el instrumento que reduce los costes de fabricación, por un lado, y los subsidios, que han arraigado en China y EE. UU., por otro. Ambas, con sonido deficiente en Europa, y que han alejado al Viejo Continente de la carrera competitiva entre las dos superpotencias. En efecto, un año después del informe de Mario Draghi, las empresas europeas siguen pagando mucho más por la energía que en EE. UU. o China, lo que merma su competitividad.
Los precios minoristas de la energía en Europa Central y Oriental siguen siendo entre un 40% y un 70% superiores a los niveles anteriores a la crisis, y la asequibilidad es el mayor riesgo para la resiliencia energética de la UE
No obstante, el informe Draghi dejaba otro claro aviso a navegantes: la UE se equivocaría si renuncia a descarbonizar su economía, como pretende Washington, en contraposición a la defensa de la neutralidad energética que manifiesta Pekín.
Ante esta tesitura, Andrew McAfee, del MIT, incide en que “el gran problema de la industria de la UE” es su exceso regulatorio, que “restringe su capacidad productiva”. En consonancia con la tesis del tecnólogo Adam Thierer para quien el ecosistema europeo carece de recursos -como aduce Draghi-, mientras exige demasiadas “cargas a las empresas en un mercado fragmentado”.
El desafío es reescribir las normas, advierte Wolff. Pero también elevar las inversiones públicas, como demanda el expresidente del BCE, que solicitó recursos de 800.000 millones de euros por año y la mutualización de avales, como los eurobonos, para sufragar proyectos geoestratégicos-y privadas, como reclaman los analistas del mercado. En McKinsey insisten en que los fondos de capital “pueden convertirse en el motor adicional que transforme el panorama europeo” y cifra en al menos 100.000 millones de euros anuales la aportación mínima que otorgaría a la UE una inyección competitiva.
Al fin y al cabo, “la brecha de su PIB respecto al de su socio transatlántico casi se duplicó entre 2002 y 2023, hasta alcanzar el 30%, con casi un 70% de este retardo atribuido a la atonía de su productividad”, alertan en McKinsey. El cálculo de Draghi es también elocuente. La UE demanda un repunte de la inversión del 22% al 27% de su PIB y subsidios “bien ejecutados” en I+D+i. A lo que el Instituto Jacques Delors añade un tercer elemento: apostar por planes de infraestructuras con los que Europa pueda edificar salvoconductos de alta competitividad.
Sebastian Dullien, del Instituto de Política Macroeconómica (IMK) de Düsseldorf, proclama que “la política industrial ha vuelto” a Europa y, muy en concreto, a Alemania. Algo tarde -reconoce- porque la reorientación de las cadenas de valor y de las agendas económicas en otras latitudes como EE. UU. o China, aunque también en Corea de Sur o India, ha sido evidente, con billonarios subsidios y leyes remodeladas para impulsar sectores estratégicos.
Todos con sello tecnológico -incluidos sus necesarios chips de alta gama- y en gran medida, con vitolas sostenibles y avances productivos hacia la movilidad.
A su juicio, la UE debe acelerar iniciativas como la Ley de Industria Net-Zero; ampliar el mapa de subvenciones a Proyectos Importantes de Interés Común Europeo (IPCEIs) como instrumentos esenciales para fortalecer la competitividad industrial mediante innovaciones disruptivas en sectores críticos para la seguridad energética. También tejer ayudas nacionales más eficaces para incentivar el despliegue de energías renovables, la descarbonización industrial y la producción de tecnologías limpias, como parte de los objetivos del Pacto Industrial Limpio. El FMI también insiste en el papel articulador y unificador de criterios y estrategias por parte de Bruselas.
La hoja de ruta tiene aún obstáculos que superar. Dawn Capital ha identificado 73.000 empresas manufactureras medianas en Europa que no han adoptado plenamente medidas esenciales para impulsar la transición industrial: incorporar talento profesional y fuerza laboral técnica, impulsar procesos de automatización y planificación productiva, diseñar cadenas de valor adaptadas a los ciclos de negocios y crear infraestructuras y centros de datos acordes a los nuevos tiempos.
Salir del business as usual no resulta sencillo. Pero, en el ecuador de 2025, existen compañías y sectores que estimulan la transformación industrial. La Comisión Europea, en su “Communication: A competitiveness compass for the EU”, ha señalado los cinco segmentos prioritarios: energía renovable, biotecnología médica, tecnología e IA, e-commerce y logística y robótica y manufacturas avanzadas, mientras la firma de investigación de mercados Statista arroja su primer ranking de éxito transformador de pymes de la industria europea.
Desde el World Economic Forum (WEF), la entidad gestora de las cumbres de Davos, se insta a Bruselas y al sector privado europeo a identificar necesidades específicas de cada industria para que se incorporen a ellas las herramientas de IA capaces de acelerar la integración de procesos productivos. “La clave -dicen sus expertos- está en diseñar, primero, y poner en liza, después las estrategias corporativas que hagan de la IA un utensilio empresarial cotidiano, con unas normas de funcionamiento -en claro mensaje a las instituciones comunitarias- que bien calibradas para acelerar su desarrollo.
El WEF pone como ejemplo ilustrativo de su recomendación a Europa un reciente estudio de Bitkom, asociación patronal que impulsa iniciativas digitales en la industria alemana, en el que se revela que solo alrededor del 20% de las firmas germanas utiliza la IA con éxito en sus operaciones diarias, mientras que casi el 80 % permanece estancada en la fase piloto o aún no la ha comenzado. En contraste con casos de éxito como el de la fábrica Siemens Digital Lighthouse en Erlangen que implementó IA, gemelos digitales y robótica en más de 100 procesos de su cadena de valor, logrando un repunte del 69% en la productividad y una reducción del 42% en el consumo de energía en cuatro años.
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