Martes, 13 de septiembre de 2022
La humanidad se ha pasado la mayor parte de sus 300.000 años de historia iluminándose con fogatas, teas o velas. Fue en 1863 cuando el británico James Clerk Maxwell descubrió las leyes de electromagnetismo que permitían saber cómo se comportaba esta energía. A partir de ahí, se desató una carrera para domesticarla y ponerla al servicio de los humanos.
Uno de los primeros en aprovecharla fue Thomas Alva Edison. Este norteamericano nacido en un pueblo llamado Milan, en Ohio, en 1847, había crecido con el instinto de preguntar por todo. Por ejemplo, una vez quiso saber cómo ardería el heno. ¿Era de combustión rápida? ¿Cómo olía? ¿La llama salta a los objetos vecinos, o se apaga sola? Así que el pequeño Edison decidió prender fuego al heno del granero de su padre. El incendio se extendió tan rápidamente que destruyó el granero familiar.
A medida que fue creciendo, Edison experimentaba con productos químicos, con maquinaria o con la telegrafía. En 1868 inventó un contador de votos eléctricos que hacía el recuento más rápido y menos pesado en las elecciones. Fue su primera patente de una larga lista. Pero los políticos despreciaron su invento porque no podían manipular las elecciones. Edison diría muchos años después: “Nunca inventes nada que no sea necesario para la comunidad en general”.
Su genio se aplicó a fondo para encontrar un uso público a la electricidad, razón por la cual inventó una bombilla de larga duración. Luego fundó la Edison Electric Light Company. Si todos los ciudadanos podían acceder a la luz mediante una bombilla, había que proporcionarles luz en gran escala.
Su gran sueño era iluminar Nueva York, concretamente Manhattan, y para ello eligió la corriente continua (DC, direct current). Era una corriente segura que funcionaba muy bien en distancias cortas: solo necesitaba una dinamo para convertir la energía mecánica en eléctrica. Levantó una fábrica para construir dinamos y logró convencer a los ediles de la ciudad para destripar las calles, meter cables subterráneos y enviar por allí toda la potencia de sus máquinas. Por fin en septiembre de 1882 apretó el botón e iluminó gran parte de Lower Manhattan.
De entre sus empleados, había uno que destacaba especialmente. Era un joven europeo de origen croata llamado Nikola Tesla. Como él, Tesla era un apasionado de la tecnología. Tesla había nacido en 1856 en Smiljan, Croacia. Fue un niño raro que tenía alucinaciones. “Sufría una aflicción peculiar debido a la aparición de imágenes, a menudo acompañadas de fuertes destellos de luz, que deformaban la apariencia de objetos reales e interferían con mi pensamiento y acción”, llegó a decir Tesla.
Aficionado a las máquinas y a la electricidad, cuando era adolescente se imaginó una rueda gigantesca movida por la caída de las aguas de las cataratas del Niágara en el lejano continente americano. Estaba visionando una central hidroeléctrica. Cuando tenía 26 años inventó el primer motor de inducción de corriente alterna. Poco después, en 1884, Tesla entró en contacto con la compañía de Edison, la cual se estaba instalando en Europa, concretamente en París. Uno de los ingenieros se sintió atraído por las ideas de Tesla, y lo recomendó a Edison, quien le pidió que se uniera a la compañía en EEUU. Tesla no lo dudó: tomó un barco y viajó a Nueva York.
Para mantener su vasta red de luz por Manhattan, Edison tenía que plantar dinamos por la ciudad ya que la corriente continua tenía el defecto de que la potencia decaía con la distancia. Tesla se dio cuenta de que podía resolver ese problema con un sistema más sencillo: la corriente alterna (AC, alternating current). La diferencia era que en la corriente continua los electrones viajan en una sola dirección, mientras que en la alterna van y vienen en un circuito a razón de 50 veces por segundo. Requería menos estaciones de energía, menos cables y disponía de mucha más energía que podría distribuirse no solo para las luces sino para cualquier otro dispositivo eléctrico.
Edison le dijo que la corriente alterna “no tenía futuro y cualquiera que incursionara en ese campo estaba perdiendo el tiempo; y además, era una corriente mortal, mientras que la corriente continua era segura”, según recordaría Tesla en sus memorias. En lugar de hacerle caso, Edison le adjudicó la misión de mejorar las dinamos de energía continua por lo cual le pagaría 55.000 dólares. En pocos meses, Tesla logró diseñar unas dinamos que triplicaban la eficiencia de las dinamos de Edison, y cuando fue a mostrar su resultado, y exigir su premio, Edison se burló de él diciendo que aquella promesa solo era una broma basada en el sentido del humor americano.
Tesla no aguantó más, se fue de la compañía y consiguió fundar su propia empresa: Tesla Electric Light and Manufacturing. Western Union se dio cuenta de que los generadores de Tesla superaban a los de Edison. Le puso un laboratorio de donde empezaron a salir sus inventos: eran motores que producían electricidad de corriente alterna gracias a dinamos que usaban transformadores. “Los motores que construí allí”, diría Tesla, “eran exactamente como los imaginaba. Simplemente reproduje las imágenes tal como aparecían en mi visión, y el resultado fue siempre como esperaba”. George Westinghouse, un empresario que deseaba competir con Edison en la generación y distribución de luz, apostó por la energía de Tesla y adaptó sus patentes.
Fue en ese momento cuando Edison comenzó una campaña para desprestigiar a Tesla y su corriente alterna. La tachó de energía peligrosa. Dijo que Westinghouse mataría a sus clientes de un corrientazo. Incluso, cuando le pidieron asesoramiento a Edison para construir la primera silla eléctrica para ejecutar a William Kemmler, Edison recomendó la energía alternativa de Westinghouse y Tesla porque era mortal. Y, ciertamente, se ejecutó al criminal con un choque de corriente alterna.
Tesla patentó sus motores y poco a poco se fue viendo que la corriente alterna era más eficiente porque una vez que se producía, era fácil de transportar a largas distancias, y se podía aumentar su potencia solo con el apoyo de transformadores. Una vez que entraba en las casas, la corriente alterna se convertía en la inofensiva corriente continua, que hoy día es la que usan los pequeños electrodomésticos.
En 1895 Westinghouse convirtió la visión adolescente de Tesla en realidad: usó la fuerza de las cataratas del Niágara para construir un gigantesco motor de generación de corriente alterna para dar luz a la ciudad de Buffalo. Para entonces, ya estaba claro quién había ganado la llamada “Guerra de la electricidad”: Nikola Tesla.
Hoy es la electricidad que mueve al mundo.
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