Miércoles, 14 de mayo de 2025
El pasado de la historia, la historia del pasado. Para comprender un movimiento artístico tan reciente como el upcycling (reciclaje en su traducción literal), que postula utilizar elementos de desecho para darles un nuevo valor, tenemos que viajar más de medio siglo hasta la Bienal de Venecia de 1964. Por, primera vez, el galardón se lo llevó un artista norteamericano. París ponía fin a su hegemonía geográfica y geopolítica en la creación plástica. Un nuevo mundo se consagraba. Un joven llamado Robert Rauschenberg (1924-2008) presentó una idea audaz. Las llamó combine paintings. Algo así como pinturas múltiples. En una sola tela incorporaba escultura, collage, objetos como una colcha, una almohada y trazos de grafito. Iba más allá del famoso arte povera (arte pobre), el cual se basaba en utilizar, tal cual, elementos de desecho. Sin embargo, no de una forma tan radical como Rauschenberg. El americano cambió el rumbo del arte para siempre.
“En cierto sentido, ambos movimientos artísticos, tienen puntos en común, pero el upcycling, o la economía circular creativa (es decir, la creación de valor económico sin extraer recursos ni generar residuos), va un paso más allá porque, en principio, utiliza todos los desechos, algo que no ocurría ni con las propuestas de Rauschenberg ni con el arte pobre italiano”, reflexiona Francisco Cantos, un coleccionista español que atesora en sus fondos más de 400 obras de arte nacional e internacional. Y añade: “Podrían utilizar una caja de cartón, pero, generalmente, era una parte; un trozo”. También protegían el material para evitar su degeneración. Un problema del que pronto fueron conscientes los artistas povera e incluso Rauschenberg. Tarde o temprano el cartón termina descomponiéndose o alterándose. Es inevitable. Creadores como Antoni Tàpies (1923-2012) utilizaba resina traslúcida para solventar el contratiempo. Hoy en día hay materiales más sostenibles que consiguen el mismo efecto de protección. Y los museos lo emplean para salvaguardar collages de Picasso o George Braque, en los que viven elementos de desecho que casi cumplen un siglo de vida.
Otras voces buscan el inicio de esta mirada en 2002, cuando William McDonough (arquitecto) y Michael Braungart (químico) publican su libro De la cuna a la cuna. Rediseñando la forma en que hacemos las cosas (Editorial McGraw-Hill). Pero, independientemente de quien haya inventado el término, ya formaba parte de la vida artística hace décadas. “El gran arte es aquel que entendiendo la realidad en la que vive se adelanta a ella”, observa Inma Prieto, directora de la Fundación Tàpies. Y remata: “El maestro catalán lo entendió pronto”.
En España, uno de los colectivos más conocidos, representados por el galerista Moisés Pérez de Albéniz, en su espacio madrileña de la calle Doctor Fourquet, es Basurama. Desde 2001 llevan aportando una segunda vida artística a los desechos. Fruto de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM) ha ido ampliando su propuesta más allá de la creación hacia su espacio natal: la arquitectura. Al fin y al cabo están formados por arquitectos y una ambientóloga. Y, también, por otra mirada. “Nosotros siempre decimos que la basura es un estado, una etiqueta, que se pone a algo cuándo ya no resulta útil para alguien en un momento determinado”, analiza Mónica Gutiérrez, miembro del colectivo Basurama. “A nosotros la basura nos permite reflexionar sobre nuestra identidad individual y colectiva, sobre los procesos de producción, consumo y desecho, sobre la memoria, la materia y sus posibilidades. Imaginar fuera de marcos establecidos, crear a partir de los materiales disponibles. Trabajar con la basura surgió de una necesidad, pero también de la toma de conciencia de la abundancia y el derroche imperante”. Saben bien con qué materias trabajan. “En el mundo del arte se vienen empleando materiales de descarte o desecho desde hace años, pero en cualquier caso el upcycling, o la economía circular, está en ocasiones más presente de lo que imaginamos, pero no evidenciado o visualizado”. Y ahonda Mónica: “No nos interesa producir, por producir, entendemos nuestra práctica cómo una herramienta de reflexión, transformación y creación de posibilidades e imaginarios así como de generación de conciencia crítica. Por ello en muchos de nuestros proyectos la participación de otras voces, de comunidades cercanas, de vecinas, de asociaciones o de alumnado resulta fundamental porque pasamos de ser consumidores a creadores, pasamos de ser consumidores a cuidadores y ahí, en ese proceso, es donde se puede producir la transformación”. En esencia, la economía circular, aplicada al arte o bien a otras prácticas de creación, no sólo busca cerrar el ciclo de vida de los productos, sino también proponer un sistema regenerativo en el que el crecimiento económico se desvincule del consumo de recursos finitos. De esta manera, además de beneficiar al medioambiente, se ofrecen —relatan en la escuela de negocios Esade— nuevas oportunidades de negocio, reduciendo la dependencia de materias primas y creando bases sólidas con el fin de lograr un desarrollo económico más resiliente y sostenible en el tiempo.
Ahora bien, sí hay un artista español que contabiliza más de dos décadas largas en esta línea creativa, que atraviesa el upcycling, es, sin duda, el madrileño Daniel Canogar a través de multitud de soportes. Con estudios en la capital española y en Los Ángeles ha empleado desde DVDs viejos (Sikka Ingentium, 2017), antiguos celulares (GSM, 2014) o luces Led desechadas (Snyc, 2016) con el fin de crear piezas de arte contemporáneas. Y ha notado un cambio. “Cada vez hay más encargos especiales procedentes de empresas privadas: obras pensadas para su exhibición en atrios, despachos o sedes de nueva construcción. Estamos hablando de la fuente principal de ingresos de mi estudio. Son piezas que también forman parte de la colección KfW Bank en Frankfurt o Fidelity Investments en Boston. Sin embargo, tienen una conexión íntima con la arquitectura del espacio y su sostenibilidad”, subraya Canogar.
El upcycling demuestra que el ser humano es el arquitecto de su propio futuro. En una época en la que los desechos alcanzan proporciones insostenibles —contaba Manuel Borja-Villel, antiguo director del Museo Centro de Arte Reina Sofía— también se puede plantear la vía contraria. El ser humano es capaz de crear el problema y albergar, a la vez, la solución. En las extraordinarias obras de la poeta y artista chilena, Cecilia Vicuña, como Brain Forest Quipu, expuesta en la Tate Modern de Londres durante 2023, utilizó telas y materiales “sacados” del río Támesis para crear un Quipu. Es un antiguo sistema de América Latina de grabación y comunicación a partir de telas anudadas. Esta forma ancestral de “hablar” sobrevivió, incluso, a la colonización portuguesa y española. En esta ocasión están entretejidas —como fantasmas sacados del libro de relatos el Llano en llamas, de Juan Rulfo (1917-1986)—: lanas sin hilvanar, cuerdas, cartón o fibras vegetales. Desechos fluviales que arrastran la memoria del pasado hacia el presente.
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