Martes, 22 de noviembre de 2022
Con los cambios de estaciones, llega también el momento de renovar el armario. Octubre y noviembre suelen ser los meses en los que se guardan las prendas de verano –a la espera de que vuelva el calor y el tiempo veraniego– y se recuperan las piezas más abrigadas que se habían almacenado cuando terminó el invierno. Pero ese cambio de armario también supone la compra de nuevos modelos y nuevas prendas de tendencia. No es casualidad que el número de septiembre de las revistas de moda sea el más importante del año: no solo es el que lleva más páginas, sino también aquel por el que suspiran los anunciantes.
El cambio de temporada también es, sin embargo, el momento perfecto para reflexionar sobre el estado de las cosas en la industria de la moda, una que —con un valor global de entre 1,7 y 2,5 billones de dólares, según diferentes estimaciones para 2021— es una de las más potentes del mercado mundial. Las tendencias –y el hecho de que con cada nueva etapa cambien las prendas must– no son, en absoluto, algo nuevo. La ‘tiranía de la moda’, como se la ha llamado, existe desde hace siglos. Lo que ha cambiado ahora es la rapidez de la producción, la accesibilidad –gracias a los bajos precios– a esas tendencias y lo efímero de las modas.
La llamada fast-fashion es un fenómeno de finales del siglo XX que ha evolucionado en el XXI al ultra fast fashion. Su esencia es la de mantener una elevada rotación en el punto de venta para que los consumidores vean siempre fresca la colección (y, sobre todo, compren con una frecuencia mayor). La camiseta que hoy se ve en las estanterías se habrá quedado obsoleta en un mes y, como los compradores tienen muy presente en sus días de escaparates, si no se adquiere rápidamente, puede que ya no esté cuando se vaya a por ella.
Todo esto está haciendo que la presión sobre el medio ambiente de la industria textil sea cada vez mayor. De hecho, según datos de la Fundación Ellen McArthur, supone el 20% del consumo de agua mundial anual durante el proceso de teñido y acabado de prendas. De forma paralela al crecimiento del volumen de producción de prendas ha ido cayendo el balance medio de durante cuánto tiempo se viste cada una de ellas.
Cómo cambiar la industria textil
Sin embargo, a pesar de las estadísticas, no todo está perdido. La industria de la moda puede ser mucho más sostenible si, además de cambiar el fondo de armario con cada temporada, consumidores, vendedores y fabricantes modifican también el modelo de producción. La clave está en replantearse tanto el cómo se producen las prendas (algo que tienen que hacer las marcas de moda) como con la forma en la que se consume esa producción (algo que queda en manos de los propios compradores).
De hecho, cada año se generan cantidades ingentes de residuos textiles: son 92 millones de toneladas que, a pesar del crecimiento del mercado de la ropa de segunda mano, suelen acabar en la basura. Entre un 75 y un 85% de esta ropa desechada acaba en vertederos o es quemada, lo que la convierte en un lastre medioambiental. También, este exceso de piezas textiles de los países desarrollados ha inundado los mercados de las economías en vías de desarrollo y ha ahogado a sus industrias locales.
La solución debe pasar por modificar la relación con la moda. Dar el salto a una moda más verde y responsable implica, por ejemplo, apostar por los modelos de la economía circular, cuya base está en conseguir que los productos tengan una nueva vida una vez terminan su ciclo con cada consumidor. En moda, eso se traduce en la reutilización de materiales o de las propias prendas –el mercado de segunda mano ha explotado en la última década– o por la apuesta por modelos más creativos como el upcycling, en el que la prenda se reinventa.
Con esta reinvención no solo se aprovecha lo ya fabricado, sino que además se le da una nueva identidad, se moderniza y se crea un nuevo producto valioso. De hecho, se logra ampliar la vida útil de la prenda convirtiéndola, nuevamente, en un ‘objeto de deseo’. El potencial del upcycling se percibe cuando se descubre que las grandes marcas de moda, como Stella McCartney o Louis Vuitton, ya han empezado a rescatar prendas de sus archivos.
Igualmente, la renovación hacia lo sostenible puede partir ya desde la fase del diseño (pensando antes de crear las piezas cómo será su impacto o cómo minimizarlo). La empresa española Jeanología es un ejemplo, desarrollando herramientas y metodologías para hacer pantalones vaqueros de forma más eficiente. El aspecto es, prometen, el auténtico look de los jeans, pero con un menor impacto medioambiental y también con menores costes.
También puede hacerlo desde la innovación (buscando cómo sacar virtud de lo malo). Esta transformación no es imposible. Tampoco es una idea futurista. Marcas como Ecoalf –que emplea como materia prima elementos tan diversos como posos de café o basura marina para crear sus prendas– o Sea Threads –que convierte en hilos el plástico de los océanos– ya lo están logrando, posicionándose con alternativas verdes en las diferentes fases de la comercialización de productos textiles.
El cambio último, sin embargo, debe llegar de la mano de los propios consumidores, que deben plantearse por qué compran moda y qué ocurre con las piezas con las que se hacen cada temporada. En el cambio de armario ellos son, al final, los que tienen la última palabra.
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