¿Cómo traer el pensamiento estoico de Séneca (Córdoba, 4 a.C.-Roma, 65d.C.), uno de los filósofos más grandes de la antigüedad, al siglo XXI? ¿Cómo enlazar sus palabras escritas hace centurias con un presente vivido a través de la resiliencia, la capacidad de adaptarse o la colaboración? El mapa lleva a otro grande de la filosofía, española y vivo, Fernando Savater (San Sebastián, 1947): “Nadie como María Zambrano (1904-1991)”, indica. “Es el mejor punto de partida contemporáneo”. Su libro Séneca (Editorial, Siruela, 2002) resulta esencial. Un filósofo que recomienda a otro para que explique a un tercero. Alinear estrellas en la bóveda celeste de la sabiduría.
El gran pensador andaluz es un optimista realista: quizá por su condición de maestro, abogado y filósofo en aquellos años. Los cambios complejos exigen esfuerzo. Siempre ha sido así. Pero también ofrecen la oportunidad de crecer como sociedad. En nuestro tiempo, uno de esos grandes cambios es la transición energética, del mundo fósil al mundo sostenible. Bajo estas líneas hay una forma de repensar nuestra relación con la energía. Y el senequismo invita a practicar virtudes como la resiliencia, la justicia, el bien común y la innovación. Virtudes que más de 2.000 años después continúan siendo más prioritarias que nunca. ¿De qué forma llegar hasta ahí?
La extraordinaria pensadora María Zambrano escribe: “El hombre tiene que saber qué es y quién es”. O sea, en términos aristotélicos: “Una bellota es una potencia de encina”. En nuestra era el gran reto es sustituir los combustibles fósiles por energías renovables, impulsar el vehículo eléctrico o sentir esa potencia, aristotélica, en soluciones energéticas emergentes como el hidrógeno verde y los biocombustibles. Un cambio tranquilo y con serenidad estoica.
El libro de la filósofa se abre con la bella frase: “Tener cultura, estar en una cultura, es tener detrás de la vida personal de cada uno un tesoro a veces anónimo, a veces con nombre y figura”. Ese tesoro es la Tierra tal y como la hemos conocido durante 400.000 generaciones (las que lleva existiendo el hombre). Resulta evidente (sólo hay que prestar atención a las noticias o a nuestro entorno) que el cambio climático establece límites ineludibles y nos impulsa a transformar nuestra manera de producir y consumir energía. Y aquí surge la resiliencia como una de las grandes virtudes del senequismo.
Desde luego no es la única. Ya lo escribió Sócrates: “La virtud puede enseñarse, somos dueños de nuestro destino”. Esa enseñanza no se limita a la vida personal o moral, también puede aplicarse a los grandes desafíos colectivos de nuestro tiempo. Uno de ellos es la transformación de la movilidad, que hoy se evidencia a través del vehículo eléctrico. Exige modificar hábitos de desplazamiento, confiar en nuevas infraestructuras y adaptarse —lo hemos visto— a un modelo distinto de consumo energético. El senequismo comprende toda transición, no cómo un obstáculo, sino en términos de una nueva manera de vivir más eficiente. Si el ejercicio fortalece el cuerpo y la mente —uno de los pensamientos básicos de la filosofía antigua— la adaptación tecnológica refuerza la capacidad de las sociedades para innovar y progresar.
Lo más valioso de Zambrano es su talento para entender el mundo antiguo y llevarlo a la realidad. Su creación literaria, su pensamiento, encajan en el tiempo actual. Por ejemplo, escribe: “La fe hallada por el hombre para tranquilizarse ante la enormidad de las fuerzas físicas”. Esta reflexión puede leerse hoy como una invitación a encontrar confianza en nuestra capacidad para transformar esas fuerzas en aliadas. En el ámbito energético, esa confianza se traduce en tecnologías como el hidrógeno verde, una de las posibilidades más ambiciosas de la investigación energética actual. Y añade: “La vida es una dispersión que necesita de una unidad”. Mantener la calma ante los procesos largos y complejos, y recordar, como ella transmite en esa frase, que la dificultad es una oportunidad de aprendizaje. La transición energética no se basa en una carrera de velocidad, sino en una mirada a largo plazo que marcará la diferencia en las próximas décadas.
Séneca es un filósofo en busca de la razón y la verdad. Distinguir lo esencial de lo accesorio. Vivió en una época de tanta ignominia como se quiera pensar. A la búsqueda de respuestas abundaron los debates públicos, las incertidumbres económicas, la resistencia al cambio cultural. Hoy, el objetivo está trazado con escuadra y cartabón sobre el plano: mantener el rumbo, no perderse en el ruido. El destino es disminuir las emisiones de dióxido de carbono, reducir el calentamiento del planeta y asegurar un futuro mejor a las próximas generaciones. Priorizar lo verdaderamente importante. “Todos los hombres son humanos y lo que cabe en mí, debería caber en los demás”, cuenta el periodista y poeta Juan Gelman (1930-2014) en Bajo la lluvia ajena (Editorial, Libros del zorro rojo, 2018). Y en todos cabe la necesidad de colaborar y de innovar. Quizá sean las grandes palancas para las siguientes décadas.
La innovación avanza con fuerza. Europa y España son referencias en movilidad eléctrica, energías renovables y proyectos de hidrógeno. Por eso, siguiendo a Gelman —un estoico en sus días— empresas, instituciones y ciudadanos empiezan a ver la transición no como una carga, sino en los caminos de una oportunidad de competitividad, empleo, nueva industria y liderazgo global. Séneca —ya saben— andaluz, abogado, maestro, y protector de los más débiles “fue un intelectual, y un intelectual es siempre reformista”, narra Zambrano. Tiene claro el puerto. En las riberas de la transformación energética hablamos de un sistema sostenible, eficiente y resiliente. La tarea exige disciplina, cooperación internacional y, sobre todo, la convicción de que cada paso cuenta. Igual que los estoicos aceptaban con calma los ciclos de la naturaleza, hoy debemos aceptar que la sostenibilidad ya no es opcional, sino el único camino hacia el futuro.
Séneca vivió en un momento propicio para descubrir el tiempo. El mundo estaba lleno, como nunca, de esplendor, poderío, ocio, transacciones comerciales. Pero su mensaje ya estaba enviado en la botella de los siglos venideros. Nuestra patria —nos sugiere Juan Gelman— es ahora el planeta entero y nuestros hermanos todos los hombres. El compañero mundo. Ninguna lluvia que cae nos resulta ajena. Y aún menos la transición energética, que no sólo nos obliga a repensar nuestra relación con la energía, sino que abre —así arrancaba este texto— la puerta a virtudes estoicas: resiliencia, justicia, bien común e innovación. Esta es la grandeza de la filosofía, que, entendiendo su propio tiempo, es capaz de adelantarse cientos de años a él.
Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.