Miércoles, 8 de junio de 2022
Desde 1992, cuando Naciones Unidas reconoció el cambio climático como una emergencia internacional, se han sucedido 26 Conferencias de las Partes, a las que se conocen como COP por sus siglas en inglés. Algunas, emblemáticas, como la de Kyoto -la número 3- en 1997, donde se cinceló su protocolo, en el que los países signatarios se comprometían a supervisar sus esfuerzos de reducción de CO2 a la atmósfera. O los más recientes, en 2015, Acuerdos de París -la vigésimo primera- donde se estipula el objetivo de limitar el aumento de la temperatura global a 2 grados centígrados, en relación a la era pre-industrial. E, incluso, alcanzar una meta más exigente: un alza de 1,5 grados. La última cita multilateral, la COP26 -del pasado noviembre, en Glasgow- hizo balance del primer examen global sobre los avances hacia la neutralidad energética consignados en la capital francesa. Y pasó revista a la arquitectura mundial diseñada para evitar la catástrofe climática, el mayor riesgo que pende sobre la humanidad; en plena cuenta atrás para salvar al planeta, en código rojo, avisa la ONU.
Por Ignacio Domingo
Siete años después de los Acuerdos de París -y con un ejercicio de retardo por la epidemia de la Covid-19-, el tratado quasi-universal para estabilizar el calentamiento del planeta obtuvo un dramático suficiente en su última cita oficial, la de Glasgow, la primera revisión a sus 197 países signatarios de los progresos en sus NDC’s o Contribuciones Determinadas Nacionales, agendas sostenibles que cada país emprendió entonces para cumplir con sus promesas no vinculantes. En un momento crucial. Porque el último Panel Intergubernamental de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC) -de agosto de 2021- avisaba de que la humanidad se encontraba en código rojo por la “intensa propagación” de una catástrofe que tildó de “irreversible” en ciertas latitudes del planeta. En consonancia con una comunidad científica que observaba cambios de especial gravedad en el conjunto del sistema climático de la Tierra: en su atmósfera, océanos, glaciares y en su espacio terrestre. “Muchos, impredecibles; algunos, con un especial rango de amenaza, y otros -como el aumento del nivel de los mares- ya inevitables” a lo largo de siglos e, incluso, milenios. Aunque aún atisbaban luces al final del túnel. Si se certificaban “reducciones sostenibles” de emisiones de CO2. Hasta estabilizar la temperatura “en 20 o 30 años”.
La historia de los tratados multilaterales sobre el clima ha girado sobre un frágil equilibrio entre los alarmantes diagnósticos sobre la salud planetaria y sus convenientes tratamientos de choque a base de economías inclusivas y verdes, capaces de generar prosperidad a partir de modelos de neutralidad energética concretados en los NDC’s de cada país.
La ONU es la institución encargada de cincelar esa coraza regulatoria y el road map que evite la catástrofe meteorológica. Desde 1992, en su cumbre de Río de Janeiro (Brasil), que denunció la gravedad de un fenómeno acelerado por la acción del hombre, son varios los hitos y acuerdos que han alimentado la denominada Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, según sus siglas en inglés) que cobró carta de naturaleza en 1994.
1995. La COP1 se celebró en Berlín. Con la entonces titular de Medio Ambiente alemana, Angela Merkel, como anfitriona. Acudieron los líderes de los países signatarios de la UNFCCC. La Casa Blanca se opuso a la obligatoriedad legal de objetivos y calendarios, aunque se mostró partidaria a acuerdos de negociación con compromisos específicos para limitar los gases de efecto invernadero. De la capital germana surgió el conocido como Mandato de Berlín, germen del posterior Protocolo de Kyoto, criticado por activistas por no contener acciones contundentes ni inmediatas.
1997. La COP3 de Kyoto. La conferencia adopta el Protocolo de Kyoto. Primer intento de hacer vinculante el mandato a los países de reducir en un 5% de promedio los niveles de emisiones de CO2 previos a 1990 y de establecer un sistema monitorizado de los progresos nacionales. En vano. China e India, dos de los cuatro espacios más contaminantes, lideraron la voz disonante de los países en desarrollo, que justificaron en sus necesidades de industrialización. Así como su rechazo a la creación del mercado de carbono para comercializar unidades de emisiones a través del sistema cap and trade -límites y negociaciones- y alentar la sostenibilidad. La Administración Clinton, que firmó el documento, no logró su ratificación posterior por parte del Congreso.
2001. La sala de máquinas de la ONU vuelve a Alemania. A Bonn. En uno de los instantes más delicados. Con el diálogo multilateral en colapso desde noviembre de 2000 y la retirada de EEUU en marzo de 2001. Las negociaciones, en julio, en la antigua capital occidental alemana, llegan a notables acuerdos, sin embargo, en aplicación de tecnología verde, comercio de emisiones y en reducciones sobre extracción de carbón. En octubre, se determinan las reglas para alcanzar los objetivos marcados en el Protocolo de Kyoto, allanando el camino para su entrada en vigor.
2005. Montreal (Canadá). La decimoprimera COP oficializa la ratificación. Al reunir a suficientes países signatarios para alcanzar la meta de Kyoto: reducción de, al menos, el 55% de emisiones globales. Aunque sin los dos principales mercados contaminantes: EEUU y China. Pero con la UE adquiriendo el compromiso de recortar en un 8% sus cotas de polución previas a 1990, Japón en un 5%, y Rusia prometiendo retornar a la cota de polución del año de referencia.
2007. Bali (Indonesia). Intento de firmar un Kyoto 2.0; pero Washington vuelve a enrocarse: rechaza que las potencias industrializadas recorten emisiones con metas específicas sin un pacto tácito y similar de los emergentes, y se autoexcluye del Plan de Acción Bali, que adopta el desafío de diseñar un nuevo acuerdo climático para 2009.
Tras esta cita, la andadura de las COP inicio una década de vaivenes. En su asamblea general de septiembre, la ONU recibió los compromisos de China (Hu Jintao) de recortar emisiones por “un notable margen” para 2020; del 25% de Japón (Yukio Hatayama) y de actuar de “forma decidida” por parte de EEUU (Barack Obama). Pero la COP15, dos meses después, en Copenhague, acabó con un mero “tomo nota” de los países y el fracaso, de facto, del Protocolo de Kyoto. Pese a que la ciencia alertaba de alzas de temperatura de entre 3,5 y 7,4 grados en la próxima centuria. A la decepción de la capital danesa le siguió un halo de euforia en Cancún (México 2010), mientras la NASA certificaba la década más caliente de la historia. 80 naciones -entre ellas, China, India y EEUU- se unieron a la UE en su deseo de aplicar mecanismos eficientes que situaran el aumento de la temperatura global por debajo de 2 grados centígrados. Y confeccionan el Green Climate Fund con 100.000 millones de dólares para asistir a países en desarrollo. Aunque a finales de 2019 estos recursos apenas alcanzaban los 3.000 millones.
En 2011 (Durban, Sudáfrica) se vuelve el disenso de China y EEUU frente a Europa, que teje una propuesta que, a diferencia del Protocolo de Kyoto, en vías de expirar, obliga al cumplimiento de las metas a potencias industrializadas y emergentes. Un año después, en Doha, se extiende la vigencia Kyoto hasta 2020; bajo un consenso de mínimos, entre naciones que, en conjunto, emiten el 15% del CO2. Canadá se retira y Japón y Rusia avanzaron que no iban a aceptar nuevos compromisos. De la cita nace la Enmienda Doha con ayuda financiera a los países en desarrollo. Pero la de 2013, en Varsovia (COP19) crea un nuevo cisma, al reclamar el G-77, el foro de las naciones de rentas bajas- un mecanismo por daños y perjuicios a los territorios más vulnerables por los efectos del cambio climático, al que se oponen las economías de rentas altas.
En este clima de tensión llega la reunión de París, donde se fragua el pacto climático de mayor enjundia. Por el número de adhesiones y el requerimiento a todos ellos para recortar emisiones. Aunque sin exigirles ni metas ni instrumentos. Entra en vigor en noviembre de 2016. Apenas un año después, Donald Trump lo abandona por considerar que impone unas “cargas económicas y financieras draconianas” al mayor PIB del planeta.
2018. Katowice. La COP24 vuelve a Polonia. En medio de las devastadoras consecuencias que el informe IPCC desglosa para el futuro. Con profusión de olas de calor e inclemencias si el planeta supera los 1,5 grados. La cumbre sólo deja fórmulas para compulsar los progresos de cada país y desarrollar los Acuerdos de París. Y postpone las reglas del mercado de carbono que se traslada al año siguiente a Madrid.
La COP25, otra oportunidad perdida. La ONU reclama oficialmente a los países recortes del 45% del CO2 en 2030 y la consecución de la neutralidad energética en 2050. Pero el pulso negociador de Madrid concluye otra vez sin normas sobre la compraventa de créditos por captura o emisión de los gases contaminantes y con las naciones reticentes a elevar sus recortes.
Glasgow, la 26, volvió a repartir juego, pero los naipes volvieron a deparar una partida sin claros resultados a favor de los intereses del planeta.
Cuando se cumplen tres décadas, el pasado 3 de junio habrán pasado 30 años desde la primera cumbre de clima en Río de Janeiro, es evidente que los resultados sobre los compromisos globales adquiridos son decepcionantes. Si bien la Unión Europea si tiene un compromiso decidido, solo representa el 8% de las emisiones globales de CO2. A pesar de ello, las diversas cumbres si han ayudado a posicionar la lucha contra las emisiones de gases de efecto invernadero entre las prioridades de gobiernos y empresas, fomentando una tendencia de lucha contra el cambio climático que hoy en día es irreversible.
¿Te ha parecido interesante?